domingo, 28 de noviembre de 2010

No estás, te echo de menos.

Me pierdo en mi mundo, se me escapan las lágrimas, lo echo de menos y en este día tan importante para mí no está, pesa aún más su ausencia.
Y me hincho a llorar. Porque me puede todo y me he desbordado. Porque no ha estado, porque lo he extrañado como nunca, porque sé que me hago daño, y me lo hace, y sé que no puedo seguir así. Esto no va conmigo. Esta situación no está hecha para mí, soy de rosa o negro, pero no de otros intermedios.
Esta mañana era más gris. Más triste. Más vacía. Esta mañana el corazón se me suicida y la razón vuelve al Reino en vida. He de hacerlo, necesito hacerlo, me duele hacerlo.
Lloro mientras escribo, escribo a corazón abierto, como únicamente sé escribir. Escribo mil reproches. Escribo sin pensar bien que escribo, dejándome llevar por el maldito huracán que me está asolando entera. Ruinas. Toda ruinas. Escribo sobre amor, sobre dignidad, sobre nosotros, sobre lo que necesito, aléjate de mí, le pido, querer algo y no poder tocarlo es terriblemente doloroso. Y así ha sido. En silencio. Sin una nota de agradecimiento, surgido del país del hielo, donde quizá estuvo siempre y no lo supe. Cierro la puerta de golpe, la cierro yo porque él no la iba a cerrar. Yo lo sé. Y mis deseos serán cumplidos.
Y así se acaba este capitulo de mi historia personal, donde no elegí yo el final, lo eligieron por mi.
Y vuelvo a mi vida, tratando de olvidar, que es lo lógico, ¿verdad? Con mi dignidad intacta, con todo dicho, y sin nada más que añadir, con el dolor arraigado en cada poro y en cada hueso. Con la esperanza solapada a mi chaqueta gris, porque sé que he aprendido al menos a sobrevivir.

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