miércoles, 1 de diciembre de 2010

El pasado.

Alguna vez, el fantasma del pasado se posará en mi cama. Y será igual, pero tan diferente que quizá ya no lo reconozca.
Alguna vez, miraré hacía atrás, con esa curiosidad que da el avanzar por la senda que es la vida, y no recordaré ese dolor fuerte y brutal. Recordaré el hecho de que dolió, pero nunca volveré a sentir ese dolor golpeándome dentro sin descanso. No por él. Ni por nadie. Será otro dolor, con otro sueño, pero no suyo.
Alguna vez, hablaremos, y sentiré que la magia emigró de mi corazón un día, sin saber exactamente que día dejé de sentir ese calor en su voz para tornarse fría y casi desconocida. Y me preguntará que tal, y le responderé que bien, siendo enemigos de un sentimiento que voló hará ya mucho tiempo.
Alguna vez, recordaré el sabor de su boca, como de casualidad, un fugaz destello en lo que será la vida que viviré sin él. Y no recordaré lo que añoraba sentir sus labios posarse en los míos, ni como era besarlo. No recordaré nada de eso, se esfumará con la lluvia, como el llanto, como el desgarro que lleva su ausencia a mi lado postrada, compañera infatigable de desvelos, de sueños que se rompieron.
Alguna vez, olvidaré el sentimiento. Lo que me hizo sentir. Algunos recuerdos permanecerán en algún cajón polvoriento de la memoria, y alguna vez, sin querer, me acordaré de él. Y no será nítido. Ni preciso. Ni sentiré que perdí nada. Mi corazón quedará resignado, cualquier día, sin que yo me entere. Sin que me avise de que el amor se cuela por las rendijas del olvido… y dejaré de añorarlo, y no lo sentiré clavado como un cristal que duele y no puede ser quitado.
Alguna vez, la vida pasará de soslayo, me guiñará el ojo, y no sentiré un temblor cuando me mire, porque su mirada no me dirá nada, ni veré en sus ojos ningún sueño, ni los míos brillarán con su presencia, seremos dos extraños más en esta ciudad.
Alguna vez, seremos extraños, extraños que se conocieron en un trozo de camino, que se bifurcó, y estaremos lejos, el uno del otro, y nunca volveré a sentir el corazón latirme deprisa con ese sentimiento que una vez me llevó a su vida.
Tan lejos que nos habremos convertido en extraños. Extraños de lo que un día vivimos, lejanos de lo que un día sentimos. Tan extraños que da miedo ahora pensarlo.
Es el paso del tiempo en un corazón abocado al delirio. Al esfuerzo de olvidar sin más remedio que el olvido. Sin más enfermedad que el sentir y el sobrevivir a lunas que traicionan, a soles que no llegan, a estrellas que se perdieron en alguna de las noches en las que pensé en él y se apagó el cielo.
La vida me aprieta. Me aprieta la soga de un amor condolido, exhausto, perdido, rendido. Una soga que alguna vez fueron alas. Porque es así el inexorable paso del tiempo. Es cierto que lo quiero, tan cierto como que un día lo olvidaré.
Y guardaré un cariño, ajeno al dolor que un día sentí – que siento- que dejaré de sentir. Y no suspiraré de vez en cuando, al recordar algo que vivimos juntos. No miraré sus fotos. No extrañaré aquellas imágenes donde nos abrazábamos ajenos a un futuro que se tornó presente en aquel septiembre de 2007.
Será todo como un sueño. Como algo que no viví yo, aunque lo haya vivido.
Es la grandeza de la vida.
Y seremos extraños en una ciudad gris con mar, donde nos quisimos. Fuimos felices. Lloré y reí. Fui tan feliz como infeliz. Soñé tanto como desperté. Volé y caí…. Y los dos naufragamos en el mar de los sentimientos perdidos, donde alguna vez, sin querer, nos volveremos a reencontrar.

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